La construcción de un decir intenso a través de la transparencia:
sobre “Primeras personas” de Alicia Montero Morillo

¿Cómo hacemos para ahondar? El decir no se explica así mismo hasta que logra ejecutarse. Antes de decirse, el decir es un “pre-decir”, es una forma soterrada de vaticinio, la construcción de posibilidades infinitas y adversas entre sí, que suponen la existencia de un decir que las ordene. La poesía es la forma más abstracta y envolvente del decir, si entendemos como funciona el mecanismo macro-orgánico de lo poético en relación del particular suceso almático que suscita en el poeta el poema, podemos conseguir la conexión entre el decir —particular— y lo dicho —universal. En “Primeras personas” de Alicia Montero Morillo opera este dínamo maravilloso, que conecta generaciones de lo dicho, en función con el decir sublime de una mujer, que trasciende en la cotidianidad, para alcanzar la unicidad de lo femenino, de lo amoroso, de lo anterior al género: la totalidad de lo humano.

Los dos primeros versos del libro: “No necesito retratos/ para reconocerte” ponen de manifiesto qué estructura de lo poético nos va a acompañar por este viaje-libro. (Todo libro es un desplazamiento, un viaje, una búsqueda, punto de partida, punto de llegada; en función del trayecto-lector, de izquierda a derecha avanzamos según la voluntad de autor). Lo poético, en esencia y según Octavio Paz, es la poesía en estado natural, es la materia prima, el diamante por pulir; hay poetas que labran en esa piedra, tallan el diamante. Otros lo fingen, lo hacen, lo consiguen a  través de elaborador procesos de presión y calor, como los diamantes artificiales modernos. Otro poetas, elevan la esencia del carbón mineral: un carbón brillante, duro, fósil, pero hermoso. Alicia Montero Morillo ha decidido —tanto como se deciden las intuiciones— mostrarnos un diamante puro sembrado en la piedra: un corte vertical que abre la montaña, y entre amatistas, cuarzos, bancos de arcilla, betas minerales, un gigantesco corazón carbonífero, entre todo ello, deliberadamente, la poeta sostiene en vilo un corte de montaña, para mostrar el diamante del decir: las palabras en su estado natural, nos muestran lo poético. Sin metáforas rebuscadas, sin símiles surrealistas, lejos del absurdo dadá, aún más lejos de las tendencias experimentales: con diafanidad, se nos muestra el tiovivo natural, la maquinaria atómica, el oscilar del protón que le da a lo normal el brinco hacia lo extraordinario.

Tematológicamente estamos frente a un poemario de amor. Es clave que nuestros poetas escriban sin prejuicios del amor, aún con las advertencias de Rilke en las Cartas de un joven poeta. Jaime Sabines, Mario Benedetti,  Gonzalo Rojas, Efraín Huerta, Pablo Neruda: nombres de hombres que trataron el amor sin resquemor; sin miedo al asedio de lo cursi. Alfonsina Storni, María Calcaño, Lydda Franco Farias, Cristina Peri Rossi: pareciera más natural conseguir en la mujer el tema del amor, como si el seno materno que genéticamente les acompaña, las hiciera aptas; pero no nos engañemos con estereotipos, siempre escribir sobre el amor necesita un tacto de ladrón de cajas fuertes: sutileza, precisión y fuerza. “Primeras Personas” de Alicia Montero Morillo no es la excepción: completa un periplo donde amar duele, y quien ama se estira para resistir los embates que le propina su intención de estar con los pies la tierra y la cabeza entre las nubes. Alicia Montero Morillo escribió estos versos bajo el influjo del amor; y victima de esa pasión, solo pudo, como amanuense traspasar, la savia viva del puñal-del-querer hasta el poema. (A eso llamo yo maestría).

Quisiera detenerme un poema específico, que a mi parece es uno de los más logrados de esta colección de textos que lleva el nombre de “Primeras personas”. Lo copiaré íntegramente:

“Regreso a Ítaca

Volverás
después de tanta peripecia inútil
a disfrutar lo que otros me enseñaron en tu ausencia

no tuviste valor
mantuviste oídos y brazos abiertos
te zambulliste a jugar con las sirenas
todas te abandonaron
mientras yo te acompañaba con recuerdos

volverás
porque tus dioses y los míos
nos protegen

mientras crees que eres fuerte en aventuras
y jugueteas en otros continentes
tejo y destejo estas palabras que te nombran
y te acercan irremediablemente hasta mi isla

habremos de estrenar nuevas miradas
para estos viejos rostros que ofrecemos
yo sanaré tus heridas con mi lengua
y tus dedos rejuvenecerán
mis brazos, mi espalda y mi deseo

arrancaremos de raíz estos cimientos
y edificaremos de nuevo con saliva
con sudor, con lágrimas y risa
el crepitante lecho que mereces”.

Los primeros tres versos nos sacan del contexto de la edad antigua: nos transportar a la mujer contemporánea, dueña de sí. Del verso cuatro al ocho: “mientras yo te acompañaba con recuerdos”, donde se reafirma un elemento común a la poética de “Primeras Personas”: el recuerdo como lugar habitable; en estos versos la poeta, introduce los primeros elementos del mito, que conducirá el resto del poema y su discursividad, por los acertados caminos del palimpsesto. Es poco común encontrar un la historia de nuestra literatura recreaciones tan bien logradas del “mito”. Además, el tema odiseico, pareciera de por si un tema exclusivo de la virilidad: el hombre que atraviesa el mar para volver, a pesar de los dioses. En Ulises todo es masculino: violencia, temeridad, sometimiento al placer. ¿Cómo conseguir elementos propios de la feminidad en el mito? Optimismo, fe, esperanza, tolerancia, sentimientos trasegados al otro: esta versión de la espera de una Penélope contemporánea inscribe a Alicia Montero Morillo, entre las más brillantes realizadoras del decir poético intertextualizado. Pongo este poema, sin miedo, junto a “Ítaca” de Constantino Cavafis, o aquella venganza de Telemaco en “Rock Urbano” de Julio Miranda. (Sin mencionar la dotación erótica al mito, que eleva su contribución. Y explaya en el decir de Montero Morillo, un completo cuerpo textual en el que lo femenino se complementa en la esperada cópula).

Finalmente me gustaría hablar de la búsqueda de la transparencia: la poeta Alicia Montero Morillo, en dos aguas, avanza al mismo tiempo, en la construcción temática de un decir: desde el discurso de lo amado, lo prohibido, lo placentero y esperado; y desde la suposición espacial de la memoria como lugar habitable, el deseo como estancia o punto de encuentro, el desasosiego como densidad o la paz como objeto de cambio, tangible, verificable: troca lo poético con precisas distorsiones de la “realidad-real” y superpone la nueva realidad, como en una transparencia, al sentir de lo cotidiano: podemos estar viendo ahora mismo el mundo redibujado por Alicia Montero Morillo; podemos estarnos nombrando, sin saber, con las Primeras Personas de su verbalidad, porque el mundo que ella nos ha hecho ver a través del poema, apenas tiene cambios perceptibles al ojo descuidado, pero con precisión ha logrado transformar colores, las dimensiones de lo soñable, las necesidades del decir, y nos ha colocado, congruentemente, ante un mundo cuya nomenclatura cálida y deseada, es mejor, que el ardoroso y áspero mundo que dejamos atrás cuando decidimos empezar a leer su libro.

Es el primer libro publicado por esta poeta zuliana, pero no el único escrito, ya que como Penélope, ha estado tejiendo y siendo destejida durante una veintena de años, para alcanzar la voz poética que se proyecta en las páginas de su libro. Siempre un primer libro es un cumulo de posibilidades y promesas, pero en este libro, podemos ver aún más: hay certezas que esperan ser compartidas por los amantes de la poesía. Es clara mi intención de conminarlos a adquirir el libro y compartir los dones de amor que están transparentados en “Primeras Personas”.

6 de enero de 2019

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