Hablar de un poemario llamado País, a secas, parece un reto cosmopolita, o nacionalista, de bravucones. La ideología siempre ha tomado la palabra “patria” como sinónimo de país, y ve en la patria algo más perdurable, imbatible y abstracto; en cambio, el país tiende más a lo fallido, lo singular, lo prescindible que está anotado en la lista de la identidad. Ese ir a lo indefinido del término país, antes que a otros más correctos para el discurso de los periódicos y de la escuela, es lo primero que me llama la atención de País del argentino Leandro Calle (Zárate, 1969), publicado en 2018 por Alción Editores.
Sin tener que graficar un mapa de América, podemos decir que desde el inicio mismo de nuestra incertidumbre-identidad hemos estado en la búsqueda de una especie de nacionalidad o proveniencia. ¿Somos indígenas nuestro-americanos? ¿Somos la sobria argamasa de los españoles excretados al extramuros del océano? ¿Somos la clase pudiente blanca e independista? ¿O somos solamente los marginados de siempre que esperamos aún por nuestro turno en la historia para repetir el guion que nos han impuesto los años? Parece difícil que un poemario pueda explicar estas cosas, si entendemos como poemario una reunión de textos poéticos para ensalzar el ego adormecido del autor. Pero si vemos en el poemario un vehículo certero para transponer una poética sobre la realidad, empiezan a manar no respuestas, sino las leves certidumbres del decir poético.
Una poética contiene en sí una estética y un pensamiento. En las obras de autores prolijos y profundos podemos observar la elaboración de más de una voz poética y por consiguiente poéticas hermanas, pero individuales. Quiero decir con esto, que en Leandro Calle, un poeta de extenso registro en el decir y en lo definido de lo dicho, se fundan, según la evidencia de sus poemarios, varias poéticas, a saber, las que se constituyen raigambre y las que exponen interioridades. Es en poemarios como Entonces o Blasfemo donde el poema siembra un decir breve e intenso y defiende un desdecir con el silencio. O en Pasar donde se transparenta el dolor, para constituir el reino predilecto de lo dicho en la nostalgia, en la descripción retórica, en el decir ardoroso de la herida.
País funda una poética en Leandro Calle, que hermanada a sus creaciones anteriores, afinan de su voz cinco poemas largos-manifiestos, que informan al lector de una vencida victoria de la edad. No podría haber sido escrito este libro por un poeta de 19 años. No podría haberlo escrito una mujer. Podría decirse que este poemario no podría haberse escrito hace cincuenta años; sencillamente porque el país, a diferencia de la patria o la nación, es un órgano mutante, que va muriendo y reviviendo, dándose por vencido y ganando nuevos territorios. El País de Leandro Calle es una esperanza. Es una esperanza contradictoria, con pesos en el ala, con muertos, con destierros, con ahogos, inundaciones, calamidades, desaires.
Dice Calle: “El río crece cuando crece el río / y en el medio del río hay una vaca” y yo pienso en todo lo que vale una vaca para Juan Rulfo, al otro extremo de la América Latina. Así como la hermana del niño del cuento de Rulfo, para Leandro la narración poética de la muerte de esa vaca, es una sentencia calamitosa: la mujer que es el país también se vuelve piruja cuando la crecida del rio arrastra lo que queda en pie. Pienso que la vaca es a un argentino lo que el petróleo a un venezolano; de ser así, un cordobés (nacido en la provincia de Buenos Aires), profesor de literatura, conocedor profundo de sus adentros, sabrá tan poco del arreo de los bovinos, como sabrá de perforaciones de pozos uno de igual profesión pero nacido en Maracaibo. Aun así, sin duda hay una deuda hacia esos objetos: la vaca / el petróleo; ya que ellos conforman una manera de definir al país, que es ajena al poeta. Son estas formas alegorías de algo terrible que sucede en las muelas del mundo.
De los hundimientos o de lo entierros nocturnos existe una memoria. Leandro Calle dice: “Recoge la linterna, sin tu padre, / alza la pala y cava, cava un pozo / en el medio de la noche y llora”; describiendo en un enunciado la lucha de su “país” personal por conseguir la verdad que aquellos, que también son el país —aunque más externo, menos entrañable—, han escondido en el foso de la muerte. Antes nos dice Leandro Calle: “El cuerpo es un problema en esta tierra. / Aquí desaparecen y aparecen. / Pero cuando aparecen, es ya tarde. / Mojados por la lluvia, si florecen, / hay un olor a olvido.”. ¿Podemos desmentirle que la misma opción de esconder al perro muerto en la tierra (objeto del amor) es similar a la de encontrar los restos de miles de ajusticiados por la dictadura militar, también enterrados, también objetos de un amor ilustrado cien veces hasta la indolencia por el discurso político, pero paradigmáticamente instituido en la nueva conformación identitaria del “país” conocido como Argentina?
Los muertos que deberían estar vivos son tapiados por la lluvia, el muerto amado que escondemos para dejar de sufrir (el perro) es develado por la linterna; en ambos casos se presenta un objeto que define el “país” de Leandro Calle: el barro. La vaca, la victima del genocidio, el animal amado, el fuego que calcina hasta los huesos, el nombre de un país solarizado, la incertidumbre del porvenir y hasta las hormigas que, ciegas, recorren la hechura de los hombres, completa la circunferencia de un compás (cuerpo) que delimita de los adentros, el mundo por decir que el poeta llama “país”.
PD: Yo que soy hijo y persisto en un no-país (Venezuela), veo, atiendo y sueño el paisaje-país de Leandro Calle, como una confesión digna de decirnos como estirpe. Lo que hace al poema obra de arte, esa capacidad de desdoblarse para calar en el otro y simultáneamente, conocer la fuente que mana en el desconocido. Abunda en País de Leandro Calle, la posibilidad de decir con el poeta, lo que otro hemos querido decir en el poema.
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