La seña de los usos o el terruño de la palabra en la obra de Carlos Ildemar Pérez

He procurado releer siempre desde un nuevo enfoque, luchando inútilmente contra la memoria, con la expectativa de encontrar cosas nuevas en los textos. Pero cuando leo a Carlos Ildemar Pérez esta labor se me hace fácil, por la cualidad de inagotabilidad que tiene la verdadera poesía.
He dicho, en otros escritos, que la poesía en Venezuela tiene creadores y recreadores: aquellos que generan ruptura y fundan, y los otros que se dedican a agotar las fuentes de la poesía que conocen, de la forma de poema segura (quizá no ortodoxa, pero si segura), y con ello derrochan la belleza y la palabra, el lenguaje. Podría dar ejemplos: nombrar entre los creadores a Salustio González Rincón. Podría nombrar entre los recreadores a Vicente Gerbasi. Y no ofendería a ninguno diciendo eso, dado que en poesía no hablamos de una carrera de hallazgos, sino de una contundente comulación de logros. Pero en Carlos Ildemar Pérez los logros, son de parte y parte, aunque de un modo poco común en la historia de la literatura venezolana.
En la poesía de Carlos Ildemar Pérez encontramos a un poeta que funda su propio leguaje y se dedica recrearlo; por eso puede resultar tan difícil encontrar en el texto de Carlos una familia literaria, siempre presente, pero dolida en los versos que el poeta ha construido en sus adentros. Ciertamente la palabra adentros, es una forma de describir el proceso creador de Carlos Ildemar Pérez: su poema nace en la realidad de adentro, y pasando siempre las capas de su intimidad se va colando hasta un adentro exterior donde está el poema como realización artística. Su palabra se funda en Los heredarios (1988), un neologismo que nació de la nostalgia poética que trasfiere su primera obra. Y con los poemas de este libro funda una voz poética que resuena vivamente en todos sus libros, hasta sus más recientes creaciones.
Existen tres libros que resaltar en este orden. El primero de ellos, el poemario que nos convoca, Estrictis de la muchacha más cercana (1991); el segundo La mano de obra (2007) y por último Provinciano Cósmico (2011): todos unidos estrechamente a Los heredarios (Esto sin descarta el aporte que tiene en Sermones para vivir aquí de 1993 o El señor homo sapiens se hace a la vida de poeta de 2003).
En Estrictis para la muchacha más cercana la palabra del poeta se convierte en una forma de juego de máscaras, donde el yo poético (si esa categoría aún es pertinente) arremete contra la situación poemática del libro para generar el axioma de la poesía, el más allá de lo narrado, la palabra como testigo que se juega las voces trinas del hacer poético en este libro.
Tematológicamente Estrictis de la muchacha más cercana aborda, como ustedes lo verán, la adolescencia del autor como asunto poético: la primera relación intimo-amorosa, la camaradería juvenil y otras expresiones de desarraigo que el lector podrá examinar; pero en cuanto a la realización del lenguaje, hay en Estrictis una contribución ejemplar a la sintaxis poética, comparable a la mutación de la voz en Pessoa, o la desconstrucción lingüística de César Vallejo; ya que, a partir del habla más intima, se afinca el poeta en la expresión de sus adentros como una salida legitima de la confesión de ser, la existencia en un códice dialéctico en el doloso motivo de las palabras.
Carlos Ildemar Pérez, se hace protagonista de una lucha con lo pronunciado, que llevará al poema a ser parte de la expresión conforme de una sociedad habitada por sus más nítida nostalgia, su más presente pasado. Será hasta 2007, cuando el poeta publique La mano de obra y desarme la poesía para mostrar el proceso creador como una fuente inagotable del pensamiento de poético. Allí, desanudara con el discurso autobiográfico los intersticios del poema y su realización, y legará a sus lectores un manual (antimanual) para la relectura de su obra.
Los poemas de La mano de obra, junto a los cometarios críticos de cada poema, son un ejemplo de la maduración del pensamiento poético contenido en Los heredarios y en Estrictis de la muchacha más cercana. Por último el poemario Provinciano Cósmico, es la realización poemática de un pensamiento poético maduro y contumaz, que vendrá a refrendar toda la obra de Carlos Ildemar Pérez en la firme lucidez del lenguaje. Se acercan entonces, estos tres libros, a lo que el poeta metaforiza en el Provinciano Cósmico como Seña de los usos: la huella de un habla que transmigra hacia la poesía, que es su propia verdad, su propio cuerpo. La poesía en Carlos Ildemar Pérez es terruño, jamás otra cosa.
La poesía es su patio, su barrio, su lugar de nacimiento: no conoce poema fuera de su propio estado de memoria, su cuerpo de nostalgia. El terruño como el mundo es el principio del provincianismo cósmico, complemento teórico de la palabra adentro, que aún permanece inédito. Y desde sus adentros leemos este libro que cumple veinte años de haber sido publicado, poemario realizador emociones, que fustiga la memoria para encontrar en ella el resplandor de la ternura.
En Estrictis de la muchacha más cercana la palabra es manifiesto de vida, juventud, búsqueda, transgresión de la moral; la palabra es metamorfosis, y cumple con los preceptos de generar una realidad poética habitable, entrañable: acogedora en todos los sentidos.
Nómbrese a la imaginación como dadora de luz en el poema, como huella en la claridad absoluta que recorre la juventud de estas páginas; y reconstrúyase la pasión de los jóvenes en la sed de amor y el uso de objetos y animales de cualidad poética que retumbarán en el poema para consagrar lo cotidiano, lo instrumental, como elementos de vuelo imaginativo y creador de la poesía del Caribe.
Termino estás palabras invitando a los lectores a visitar con estos poemas las calles y las paredes de los adentros externos del poeta Carlos Ildemar Pérez: pasen y siéntanse como en su casa, que el adentro de un poeta, es el adentro del mundo, es el terruño, la provincia cósmica y la seña de los usos.
Maracaibo, 2/11/2011
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Una respuesta

  1. Leer al poeta Carlos Ildemar Pérez es adentrarse al corazón de cada sonido, de cada letra, de cada murmullo de un sentimiento creado por un hombre para que otro hombre haga suyo cada trazo, cada color, cada sonido de esa palabra qué solo él poeta sabe lanzar al viento en las cuerdas de un papagayo para que queden enredadas en la fuente de cualquier pájaro que cante antes de que salga el sol.

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