La página en blanco
La página en blanco ya no lo es.
La situación de un escritor es difícil de comprender. Quizá en la piedra esté el unicornio antes de que el escultor tome su cincel. Quizá el escritor solo sea un amanuense y la poesía, en su forma universal de arte, lo tome para expresar alguna, poca y considerable verdad. (Aunque la verdad del poema no sea antónima a la mentira).
Urge la tropa de palabras para la hoja en vilo. Urge la pasión en los dedos para la página ficticia del procesador de textos. Urge la soledad, el destierro, la compresión, la otredad, el calor, el miedo, la familia, el sueño, el frío, la noche, la alegría, la muerte, la cordura, la epifanía, la locura, la fe, los demonios, los amaneceres, la sed, el hambre; muchas cosas, para llenar la página del blanco necesario, del blanco suficiente para vaciar la página de vacío.
En la página confluye el mundo de ficción y la realidad física de los hombres, consecuente, dolorosa. En la página en blanco abunda el espejo y la soledad, la mutualidad del ego, el performance de la creación inconsciente y la estrategia configurada ¿Vale menos la página errónea, que se arruga o se borra, y termina en el anti-espacio del olvido? ¿Tiene valor sacramental el manuscrito que luego será copia al linotipo, a la impresora o a los 27 soldados de Gutenberg?
Somos parte y contraparte de una página en blanco: de ella venimos, hacia ella vamos. ¿Llovemos dentro de la página? ¿Pasamos la noche entera caminando por sus blancas habitaciones? Hay un latido que somos en la página en blanco, una precisión inesperada, dictada o no, con numen o con rictus, florida o reseca: pero la palabra habita allí para nuestro encuentro, esperando sigilosa y exacta el estallido del grafito, la explosión creadora del bolígrafo o la fermentación del teclado.
Es un big-bang, una producción similar al génesis bíblico o a la muerte de Patroclo. La palabra se conversa en el blanco que permanece alrededor.
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