¿Cómo piensa la literatura?
“¿Adónde va la literatura? Va hacía sí misma”
M. Blanchot
1
Piensa como un relámpago que no tiene fin. Había una vez un duende que caminaba por una calle empedrada de una ciudad empedrada. Piensa como la paloma que sabe de su muerte en vuelo. Una ciudad de luces radiantes, llena de escándalos, que abre las venas de los dioses, los entierra en cementerios especiales. Piensa como una moneda lanzada en la fuente de los deseos. Entonces, el duende, que en realidad era un gramático loco, se sentó en una plaza empedrada de la ciudad empedrada y empezó a reflexionar. Piensa como una nube que va cambiando de color. Se apretó la cabeza como Charlie Brown, quizá en su mente era Snoopy frente a la máquina de escribir, o Garfield en un lunes cualquiera. Piensa como una estrella reflejada en un charco. Se esforzó por no ser un duende gramático sino por ser El pensador de Rodin, o el Dios de brazo extendido en La creación de Miguel Ángel. Piensa como una palabra tachada en el discurso. Entonces se desplomó sobre aquella historia triste del ratón que vivía en una biblioteca. Piensa como una mujer que aún no sabe que es mujer. Era un ratón pequeño que no sabía leer. Piensa como la tarde en los ojos de buey. Pero el ratón caminaba por las páginas nocturnas de la biblioteca. Piensa como una mariposa que se siente cómoda sobre la flor. Pero un buen día se dio a la tarea de aprender por sí solo, como ratón que era, a traducir esos símbolos a su inventario personal de palabras humanas. Piensa como el eco de una cueva. Y empezó por despertarse temprano y pasearse por el salón infantil de la biblioteca donde enseñaban a los niños a leer. Piensa como la sombra de la luz. Levantaba sus orejotas de ratón y prestaba mucha atención, escuchaba con cuidado a la maestra que trabajaba con tres niños y así practicaba cada sonido en libros grandes y coloridos, con letras mucho más grandes que él mismo. Piensa como hombre que se mira al espejo. Y así fue aprendiendo junto a los niños y pronto pudo leer sus primeras palabras, y más adelante su primera oración, y de esta forma ir practicando día y noche hasta manejar un inventario suficientemente rico para leer un pequeño libro sobre habichuelas que estaba en la mesa infantil. Piensa como el reloj sin péndulo. Resulta que Juancito subió tanto y tanto que llegó a la casa de un gigante, así hizo el ratón que desde entonces se llamó a sí mismo Juancito. Piensa como un bosque movido por el viento. Juancito entonces llegó a los estantes más altos y empezó a leer día y noche novelas de amor, de terror, de caballeros y damiselas, de duendes, de muchos duendes, de esa manera consiguió la historia de un duende que vivía en Irlanda y comía mucho maíz. Piensa como si la última letra del alfabeto fuera la primera. Pero en Irlanda no había maíz originalmente, entonces este duende emprendió un viaje de miles de kilómetros para conocer Centroamérica de donde verdaderamente proviene el maíz. Piensa como la lluvia cuando se atreve a caer. Los duendes son muy viajeros y conversadores, así que en el trasatlántico donde venía embarcado, este duende, que también llamaremos Juancito, se puso a hablar con un gato; y allí le entró un miedo increíble al ratón, pero siguió leyendo la historia, que contaba que el gato estaba triste porque su gran amor, la Gata Aurora, que lo había dejado solo marchándose a América con sus dueños. Piensa como un niño antes de nacer. Se amaban mucho. El Gato, que llamaremos Federico de ahora en adelante, la visitaba en el tejado de su casa italiana, se acariciaban la piel mutuamente, pero un día sus amos, unos americanos sin corazón, decidieron volver a su tierra y llevarse al amor de su vida. Piensa como grano de arena en el desierto. El Gato lloró desconsoladamente todo el libro, tanto que sus lágrimas fueron hundiendo el barco y luego llenando el bote salvavidas en que se refugiaron. Piensa como la tinta hirviendo en los dedos del escritor. El duende por fin llegó a América, pero se había comprometido en ayudar a Federico a conseguir a su amada ¿Cómo podría, en un continente tan grande, conseguir a una gata que, según Federico, solo hablaba italiano, y seguro no saldría jamás a las calles?
2
El poema vuela en su forma, que es la forma de dios, y sirve para que quien no conozca a Dios pueda entenderlo, o para entender el poema sin ser el poema diseño del hombre. El poema está hecho a imagen y semejanza del espejo. El poema es un punto de partida para el horizonte. El poema es una manera de entender lo inasible. Una forma, el poema; un puente, que es el poema; un caleidoscopio, el mismo poema. El poema es el camino, la verdad, la vida, la pared con la que chocamos, la pared que atravesamos sin dolores. El poema es un filtro, un verdadero dínamo, el primer péndulo que conoce la patente del mundo, un péndulo que gira, que gira al mismo ritmo que nosotros, que gira al mismo ritmo del planeta. Todo gira, las letras giran, el poema gira para que en su universo cíclico se produzca el caos del arte, el incontrolable poder de la palabra, del imaginador encarnado, del Dios que anda entre nosotros, que camina con las manos en un pasillo que corre por el techo. El dador de luz que hace al poema y el poema que nunca está finalmente escrito, el poema es una obra abierta, el poema es la conciencia inconsciente de la palabra, la palabra que se piensa, se piensa a sí misma y madura en poema, se apoema o se poematiza. Todo en un círculo infinito que gira sobre ese eje: un eje que baila, se acuesta, vuela y descansa, un eje mágico que rompe el círculo y lo hace perpetuo círculo perfecto. Y a la vez sobre otro, y otro, otro eje, que jamás terminan de pacificarse, jamás terminan de girar. El poema y la literatura que dentro de él se encuentra, el poema y su sangre —vísceras—; el poema y la literatura, giran, son un giro girador.
3
Piensa como la luna cuando no está en el cielo. Juancito, el duende que ayudaba al gato Federico a buscar a su novia Aurora en el continente americano, había tenido una idea espectacular para conseguir el paradero de esta difícil gata que estaría en alguna casa escondida de los rayos solares. Piensa como un árbol sembrado de cabeza. Fueron a visitar a un amigo duende americano en Puebla, una ciudad de México, donde este duende, que se llamaba Johncito, se había instalado hace más de doscientos años. Piensa como un metro de asfalto en la carretera. Johncito era el encargado de enamorar a los jóvenes, se había impuesto esa tarea con el viejo conjuro de los besos que su tía Josephine le había enseñado cuando era un joven duende. Piensa como una página en blanco en el escritorio de un poeta. Johncito les dio el talismán de la Isla de Pascua que llevaba a los hombres a conseguir lo que más deseaban. Piensa como pájaro que va a aprender a volar. El gato Federico tomó el talismán y en dos días de caminata incesante llegaron hasta una mansión en Acapulco donde la gata Aurora estaba acostaba mirando el mar con los ojos llenos de melancolía. Piensa como un farol que lucha contra la noche. Después de haber conseguido lo que quería, el talismán era inútil para el gato Federico, así que se lo dio a Juancito el duende, y este, que verdaderamente no sabía lo que más quería, se sintió atraído por algo que desconocía. Piensa como una cama de hotel barato. Algo así, pensaba Juancito el ratón, debía ser la literatura, porque mientras más estaba en sus páginas más quería leer, siempre buscando algo desconocido pero muy deseado. Piensa como una pirámide redonda. Así fue como descubrió Juancito el ratón la poesía; buscando y buscando se encontró con esta forma tan extraña de escribir, de pensar; esa forma tan directa de hacerse feliz al leer. Piensa como una torre siempre vigilante de París. Después de leer todos los libros que la biblioteca tenía en la sección de poesía, después de bailar sobre las páginas al leer los poemas de Walt Whitman, después de llorar con Nerval y Novalis, después de entender a Perec y a Tristán Tzara, después de descubrir cuáles eran los versos escritos por Bretón y cuáles los escritos por Philippe Soupault, después de leer el Tao, de leer los poemas Zen de Ryokan, de gozarse con toda la sabiduría poética de los hindúes y árabes, supo que él, un pequeño ratón, también podía escribir poesía. Piensa como un transatlántico hundido. Su corazón estaba lleno de sensaciones, ideas, formas, expresiones, un habla que solo un ratón podría tener; y con sus patitas, jamás diseñadas para escribir, empezó a volar sobre papeles con la ayuda de la punta de grafito quebrada de un lápiz. Piensa como un reloj que solo tiene segundero. Escribió sus poemas en las páginas blancas que tienen los libros al final; escribía mucho así que pronto empezó a escribir también en las páginas blancas que estaban al comienzo. Piensa como un rito ancestral. Pasó años escribiendo, para ser más exactos pasó 18 meses escribiendo, hasta que la muerte lo venció. Piensa como banco de plaza. Luego, quizá años más tarde, un tonto hombre se percató que los libros estaban rayados, peor aún, mutilados con palabras, y acusó a los estudiantes de la carrera de letras que visitaban la biblioteca de haber perpetrado ese atentado contra los libros, escribiendo poemas sistemáticamente en todos las hojas de guarda de la inmensa biblioteca; la conclusión fue muy loable, porque ante tan estúpida denuncia, los estudiantes acusados y después los estudiosos de la literatura, consiguieron los poemas de Juancito, y les dieron algún valor, aunque nunca aceptarán que fue un ratón quien los escribió. Piensa como una familia unida. Después de eso, el duende, un poco triste por la forma en que actúan los hombres, se levantó de donde estaba sentado, siguió su camino por la ciudad empedrada. Piensa como una botella vacía. Metió su mano en el bolsillo y sacó un talismán, pensó en Juancito, el ratón, que logró conseguir todo lo que quería, se sentía feliz al escribir y esa emoción lo hacía trascender, porque para Juancito el ratón la poesía no era una forma de vanagloria, sino un modo de satisfacción. Piensa como un planeta palpitante. Miró la piedra nuevamente, no le encontró sentido a buscar algo que no existe, algo que no ha querido buscar, algo que no le importa verdaderamente, y la arrojó con la increíble fuerza de los duendes hasta el infinito. Piensa como un dios que va a la iglesia. Entonces el duende salió de la ciudad empedrada, y fue a buscar el maíz, y vivió por siempre rodeado de esas plantaciones que tanto quería conocer y comer. Piensa como un libro abandonado en el bus.
4
La poesía debe ser hecha por todos, mentaba Lautrémont, y se parecía a lo que Eugenio Montejo nos dejó en la boca del pan cada vez que recordamos la paz de su taller blanco, que a su vez no difiere mucho del taller blanco que representa la página en blanco. Vemos caer las palabras en la hoja, como imaginamos caer el polvo blanco, el universo de la harina, sobre el mesón en el que gestarán los panes, se gestarán los poemas.
También los colígrafos sabían que la palabra era el instrumento más filoso del hombre, el instrumento que transforma, que trasciende la supuesta realidad y se consolida en sí misma. “La poesía no es verdad ni es mentira, es lo que diga su ritmo” (Montejo 2007:195)
5
Piensa, porque pensar es una forma de crear, volar, soñar, hacer, decir, generar, procrear, romper, renovar, autenticar, ir a la fuente, conocernos a nosotros mismos, conocer al contrario, gemir, salvar a la humanidad, comprometerse con la trascendencia del idioma, plantar vida, vencer la muerte, leer a otros, navegar en un barco hundido, revolotear en el sexo de otro, extrañarse como a un espejo, viajar al futuro, adelantarse a las tragedias, conocerse y conocernos, aprender telepatía, vivir la literatura.
6
“Y la lengua de los poetas debe ser aprendida en forma directa, precisamente, como el lenguaje de las almas” (Bachelard 200:31).
El lenguaje, entonces, consta del supra-lenguaje de la poesía, un lenguaje que se levanta sobre el sentido habitual de las palabras para coronarlas con el verdadero sentido, con el sentido que el poeta ha elegido para ellas. Por eso Bachelard dice que hay que “darle al lector de poemas una conciencia de poeta” (2000:33).
El poema amerita un estado poético en el lector, una especie de Nirvana de la palabra; la pasión −en términos cristianos− de la literatura. Los griegos, en la concurrencia platónica, temían a la poesía por su poder para desconstruir la realidad y atentar con la estabilidad de la República. Gastón Bachelard insiste que la poesía nace en el universo onírico del poeta, y que conecta su realidad factual con sus sueños a través de la ensoñación. El poema es la evidencia (¿física?) de los sueños, del inconsciente poético y solo quien posea el lenguaje de dicho inconsciente podrá entender la plenitud del poema.
7
Piensa como piensa un palimpsesto: se arrulla en la emoción de no ser, de tener miles de escritos en una sola palabra, de saberse infinito propio-único-frustrado-reutilizado, piensa en la quietud de estar desnudos por ella, en el palimpsesto que se hace realidad, porque no es un panegírico sino la huella de un amanuense ciego que deja sobre el papel la misma caligrafía, sin saber que todas sus profecías son escritas en el imborrable e ilegible papel-único de su vida, el tomo, el pliego mismo que es redibujado hasta el cansancio, el cansancio del poeta, la muerte que es el único cansancio de la literatura. El poema piensa como piensa la literatura pero de un modo más cerrado. La literatura piensa como piensa el palimpsesto, y se acumulan todas las lecturas porque el palimpsesto es la literatura que se escribe siempre en el mismo-único-diverso idioma de la poesía, que es el lenguaje ejemplar, el que amerita la pasión cristiana para leer, que no tiene fronteras sino horizontes, el lenguaje de la palabra posible, del eco que no terminará jamás de ser eco, del poderoso sentido de la proximidad del hombre, de la fosa del doloroso, donde brota el miedo, el palimpsesto de la muerte y de la vida, el infinito cuerpo de la resurrección eterna, de la escritura perpetua como un hombre sentado junto a un duende y ese con un ratón en el sombrero, y este a su vez con otro duende y un gato y su amada y todos los días en el parque de una ciudad empedrada y la vida que se fuga en la ecuación de los sueños y los sueños que nos comunican el miedo, el miedo a lo que está oculto dentro de nosotros, que no es otra cosa que todo lo que está en los demás, tememos a los otros porque son iguales a nosotros, y nuestras sensaciones que se parten y vuelven a partirse como un cristal que ha estallado por tanta presión, y los días que se anudan en la peripecia eufórica de los sueños. Somos el túnel de la ensoñación que nos muestra el camino, el túnel que está escrito en el idioma de los poetas, en la lengua sagrada que solo expresa lo sublime, en la huella mojada del palimpsesto sobre el papel. El papel fruncido por la hora misma de los deudos. El palimpsesto corona la poesía y la literatura, la sobrescribe finalmente sobre la tinta negra e indeleble. Infinitamente pasará a ser un solo cuerpo un solo cadáver una sala forma de ser. La literatura no tendrá nombre. Será Borges con su olvido acumulado el que nos dará la razón, la obra se leerá con gusto y todos escribiremos poesía y nunca se terminará de escribirse ningún poema y el diálogo quedará incluso y los colores de las vocales serán importantes para imaginar los colores cuando estos ya no existan. Los poetas no volverán a sus casas, porque tendrán morada eterna en los corazones de los hombres. La palabra reinará en el mundo como el arte reinará en la palabra y todos seremos parte de un mismo discurso, el discurso del poema que es Dios. Y Dios es la literatura disfrazada de esperanza.
8
Definición. Del latín palimpsestus y éste del griego palinsestos. 1. m. Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior. 2. m. Tablilla antigua en la que se podía borrar lo escrito para volver a escribir
Bibliografía
Bachelard, Gastón (2000). Poética de la ensoñación. Fondo de Cultura Económica. México DF, México.
Montejo, Eugenio (2007) La terredad de todo. El otro & el mismo. Mérida, Venezuela.
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