Rosalexia Guerra: La mujer que soñó libros y los convirtió en país
Había una vez una joven lectora que descubrió en la figura paterna la disciplina del hábito lector, y en la desobediencia a ese mismo mandato, la libertad que sólo otorgan los libros prohibidos. Así comienza el viaje de Rosalexia Guerra en el mundo del libro: un tránsito apasionado que va de Las aventuras de Rocambole al olor inconfundible del papel recién impreso, de la poesía de Vallejo a la edición de los grandes títulos de la literatura venezolana.
Rosalexia no llegó al libro por azar, sino por amor. Desde su natal Puerto Ordaz, donde la ciudad apenas tenía su edad, viajó a Caracas para estudiar Letras en la Universidad Católica Andrés Bello, donde forjó amistades entrañables con Miguel Marcotriano y Alicia Perdomo, compañeros de lecturas, de insubordinaciones literarias y de aprendizajes inolvidables. En ese entorno descubrió la profundidad de Ramos Sucre, la fuerza de Sánchez Peláez, y los misterios de la crítica y la edición, guiada por maestras como Mirian Valdivieso y Laura Febres.
Aquel deseo juvenil de escribir poemas se transformó, con el tiempo, en una vocación mayor: hacer posibles las voces de otros. Convertida en editora y mediadora, Rosalexia halló su verdadera pasión en la alquimia editorial: llevar la palabra al objeto, transformar el manuscrito en libro, y permitir que esa materia sensible del lenguaje llegue a las manos del lector. Cada libro nuevo, dice, sigue oliendo como el primero.
Su camino profesional la llevó a beber de las fuentes más ricas del ecosistema cultural venezolano: los maestros de La República del Este, la editorial Monte Ávila, las primeras ferias del libro, y los programas de dotación para escuelas públicas. Todo este aprendizaje, entre lo íntimo y lo colectivo, la convirtió en una de las gestoras más lúcidas del universo editorial latinoamericano, llevando su experiencia por todo el continente, con figuras como Yolanda Reyes, Lygia Bojunga o Antonio Orlando Rodríguez, y defendiendo una idea poderosa: leer es un acto de ciudadanía.
Desde 2004, Rosalexia lidera el sello Libros El Nacional, una nave resistente en medio de las tormentas del país. Allí ha impulsado colecciones fundamentales como la Biblioteca Biográfica Venezolana, la Colección Platino de Literatura, Paladar y Brújula. Siempre con los pies en la tierra y la mirada en los números, nos recuerda que para sostener la belleza, hay que tener títulos que vendan, libros que sostengan a otros, y una estrategia editorial que combine idealismo con gestión.
Hoy, cuando el país se debate entre el naufragio y la esperanza, Rosalexia resiste editando, enseñando, escuchando manuscritos, y construyendo país desde el libro. Cree, con una convicción férrea, que el cambio no vendrá de la inmediatez, sino del trabajo sostenido, del compromiso con los lectores, y de la formación de ciudadanos que piensen, que duden, que dialoguen. Por eso su voz es faro: ilumina no sólo un oficio, sino una forma de estar en el mundo.
LPC: Rosalexia, ha tenido un desarrollo del mundo del libro, de nuestro mundo del libro, que ha estado pendiente de él desde los años 80, desde que comenzó a estudiar Letras en la Universidad Católica Andrés Bello hasta la actualidad, ha estado de la mano con protagonistas del mundo del libro venezolano, ha sido testigo de excepción de ediciones importantes de sucesos editoriales que son trascendentes para nuestra literatura, pero me gustaría comenzar por el génesis de todo esto. Rosa, cuéntanos cómo te enamoras del libro, cómo comienzas a encontrarte con el libro en tu infancia, gracias a tus padres, a algún tío, es decir, ¿cómo llegó el libro a tu vida y te dirigió hacia el destino que ahora has seguido con tanto éxito?
RG: Bueno, creo que los libros comienzan en casa. Mi padre era un gran lector, un inmenso lector que además lo hacía con una gran disciplina, leía dos horas diarias, y yo siempre vinculada con ese ejemplo. Mi mamá también leía, no con esa disciplina tan rigurosa (probablemente lo que le permitía la vida de casa) pero era lectora, y yo siempre me quedaba atrapada en algunos libros. Mi papá era muy exigente a nivel de estudio, y entonces yo siempre quería como escaparme a otro libro. Recuerdo por ejemplo, un libro que se llamaba Las Aventuras de Rocambole, ese libro me marcó, fascinada con ese ladrón que robaba para darle a los pobres, una historia típica del siglo XVIII y mi papá me prohibía leerlo porque tenía que estudiar. Leer era siempre un gusto, era disfrutar, el estudio era otra cosa. Bueno, tanto fue así, que un día el señor me escribió un libro y nunca supe cómo terminaba, eso fue peor, pues siempre me quedé probablemente buscando en otro libro qué era lo que había pasado con Rocambole. Luego en bachillerato el encuentro con la poesía… sobre todo creo que en ese último año de bachillerato, tropezar con Vallejo, fue algo que me marcó, y me quedé siempre en esos versos, … hay golpes como del odio de Dios… como si todo lo sufrido se empozara en el alma ¡yo no sé! Creo que eso me marcó, y por supuesto pensaba que yo también quería escribir, que también tenía cosas que decir, y eso fue lo que me llevó al mundo de las letras.
LPC: Bueno, pero de querer escribir a convertirte en la gerente de la editorial más importante del país, hay una historia gigantesca que contar. ¿Qué pasó con esas aspiraciones de la escritura? Tú con tu deseo de escribir poesía o de cronicar… cuéntame de eso.
RG: Creo que se quedó más en el espacio de lo íntimo, pues cuando uno comienza a producir para dar espacio a la voz de los otros, queda como replegado, y la energía se pone en eso. Te conviertes en una suerte de cajón, en el cual los otros dicen, y además esa voz de los otros, también habla de ti, y creo que ese fue el tránsito.
LPC: Bien, esa experiencia de médium, también de poder darle cuerpo a la gran literatura, nos sucede a los que hemos tenido la oportunidad de editar un libro, es decir, ese gusto de decir: bueno, de algún modo soy parte de esto tan importante, que está sucediendo en nuestra lengua.
RG: Sí, creo que que eso de una mediación, y el hecho de crear, de producir, de tener, de llevar ese proceso de escritura a un cuerpo, a un territorio, a un territorio además, que después va a ser leído, amado, encontrado por otros… es un proceso maravilloso del cual uno se enamora, te enamoras del hacerlo, creo que es de las pocas sensaciones de la vida que además siempre es nueva, aunque hayas editado muchísimos libros, y hayas hecho muchos libros, es cada vez que el libro llega, cada vez que un libro llega… el primer libro que entra a la oficina que llega y se te pone en las manos y lo hueles, lo tocas, lo abres, esa sensación es siempre como la primera vez, la primera satisfacción de un editor.
LPC: Habíamos hablado de que la poesía en quinto año te llevó…
RG: Me marcó… me marcó, y luego fui a otros autores, en principio muchos latinoamericanos y luego aquí quizás Ramos Sucre, Sánchez Peláez, esa vida poética de los 60, 70, y bueno, estudié en la Universidad Católica Andrés Bello…
LPC: ¿Por qué la Universidad Católica, y no la UCV?
RG: Yo vengo del interior, soy de Puerto Ordaz. Cuando tenía diecisiete, dieciocho años, que me vine a estudiar, en Puerto Ordaz no había universidad, porque Puerto Ordaz tiene la misma edad que yo, era una ciudad muy joven, tenía diecisiete, dieciocho años de fundada, y no había universidad. Entonces me vine a estudiar con la preocupación de un padre y una madre muy protectores. Yo había estudiado con los jesuitas el bachillerato, y la idea era seguir en esa formación, y para mi papá y mi mamá, la católica era un coto mucho más protegido, por eso estudié allí.
LPC: Bueno, cuéntame esa experiencia, sé que allí te encuentras con dos escritores que hacen ustedes un triunvirato, una especie de grupo de conspiración, de hacerle guerra a ciertos profesores, de oponerse a hacerle maldades a algunos compañeros… ¿Cómo fue eso, cómo fue esa relación con Miguel Marco Trujano y con Alicia Perdomo?
RG: Bueno, Miguel, Alicia y yo estudiamos desde el primer año de Letras juntos, creo que nos descubrimos ahí. Era una época donde era como muy frecuente que muchas niñas estudiaran Letras mientras se casaban, y había desde esas niñas muy jóvenes, hasta unas señoras muy mayores, que podían tener sesenta, sesenta y cinco años… (LPC: que se casaron y ahora continuaban la carrera) o hacían la carrera que hubieran querido hacer, y Alicia, Miguel y yo, nos unimos, (éramos un triunvirato un poco tremendo, de posiciones muy frontales). Además, nos divertíamos mucho, y que el humor era algo que marcaba permanentemente la relación, tuvimos grandes maestros y yo creo que aprendimos más o menos de todos. Para mí fue muy especial una mujer que se llama, que se llamó, Mirian Valdivieso, una mujer que sabía muchísimo de literatura latinoamericana y venezolana, Laura Febres, Ítalo… que era un personaje, el Padre Arellano, el Padre Tejedor, tuvimos grandes maestros, algunos los queríamos mucho, a otros como Arellano, no, no lo queríamos (ja, ja, ja), y bueno, creo que Alicia, Miguel y yo, es curioso que siempre estuvimos tan cercanos y lo seguimos estando. Sin embargo, cada uno tomó como un vértice distinto en la carrera, Miguel hacia la escritura y es el gran poeta que es hoy. Alicia, en su momento, una gran crítico, además muy joven mujer, tenía veinte años y estaba escribiendo los domingos crítica literaria muy dura, inspirada en una profesora romana que tuvimos, pero… y ahora da clases en la Universidad de Nueva York, y yo, más en el tema de edición, de producción, pero sí fue una juventud gloriosa y divertida.
LPC: Te gradúas en el año 1987. Si vemos un poco el panorama de la Venezuela en la que te gradúas, es una Venezuela que es un caldo de cultivo, ya ha sucedido el “viernes negro”, tenemos un presidente… venimos de dos presidentes que empiezan un proceso de endeudamiento nacional sumamente complicado, que va a terminar en las medidas económicas de Carlos Andrés dos años después, y en los 90, con todos los intentos fallidos de estabilización del país, que terminó en lo que ahora vivimos, que es casi un no país. ¿De qué manera percibiste eso, lo sentiste, o no te diste cuenta de esto hasta el 2000, cuando tocó enfrentar otras circunstancias, ya trabajando con El Nacional?
RG: Yo creo que esos finales de los 80, hasta los 97… 98, la verdad es que no lo percibía como que nos estaba pasando algo que conduciría a esto, que es la desintegración de lo que hemos sido como país, en ese momento yo estaba absolutamente maravillada con la vida y con la literatura, estaba haciendo una maestría en literatura latinoamericana en la Simón Bolívar, y además estaba de la mano de un hombre que fue un gran maestro para mí, en el mundo de la edición, que se llamaba Gonzalo Rodríguez, un español (gallego) que como muchos españoles y gallegos, tuvieron un alto impacto en el libro en el país,y en el mundo de las imprentas. De la mano de él, que era el editor de una gente que yo había leído con mucho cuidado en la universidad, como un Adriano González, como un Caupolicán Ovalles, como… Aliso, Salvador Garmendia. Gonzalo era el editor de ellos, era un editor de lo que fue “La República del Este” y yo participaba en ese grupo que eran los maestros, eran los grandes de la literatura venezolana del momento, y simplemente bebía de esa fuente de manera maravillada lo cotidiano, y además iba como aprendiendo el oficio de hacer libros y eso era maravilloso, no me detenía a pensar si nos estaban pasando cosas terribles, porque lo que a mí me estaba pasando desde la experiencia personal, era maravilloso, era grande, y había muchísima lectura, muchísima reflexión, mucho proceso creativo, y además oír, como hecho cotidiano, a gente de la cual aprendía mucho, una Mary Ferrero desde el mundo de la producción de grandes eventos vinculados con el libro y la lectura, La Negra Maggi, la esposa de Salvador, que en ese momento estaba también generando las Ferias del Libro que estaban comenzando en el país, y yo con ellos, participando en proyectos de dotación de libros para niños en todas las escuelas públicas del país, con el ministro Cárdenas y con la profesora Odremán, es decir, estaban ocurriendo muchas cosas, y de alguna manera yo era partícipe de ellas, era una aprendiz de ellas, pero también una hacedora en ellas, y eso lo que me podía permitir sentir, era que la vida es maravillosa, era bellísima.
LPC: También tuviste una experiencia enriquecedora con un grupo de escritores, intelectuales latinoamericanos, que buscaban crear herramientas de promoción de lectura para nuestros países latinoamericanos. Recorriste casi toda América llevando tu experiencia en el mundo de la literatura infantil, llevando la experiencia venezolana. Cuéntanos ¿cómo se veía esa Latinoamérica de los 90, cómo se veía el mundo literario, y cómo eso te enriqueció?
RG: Sí, yo creo que si hay un movimiento realmente muy importante y con grandes exponentes en cada país latinoamericano, es esta propuesta de promoción de lectura en la que participa mucha gente, participan por Brasil Ana María Machado y Lygia Bojunga, ambas Premio Andersen, que equivale a un Nobel en el mundo de la literatura infantil, Iliana Nunes, que es otro grandísimo… bellísimo de la literatura infantil, por Argentina Susana Itzcovich, María Delia (…) y por Colombia Irene Vasco, Yolanda Reyes, y cada país tenía una gente que se vinculaba con un proyecto, y allí tenía un particular impulso, un liderazgo, un escritor cubano que se llama Antonio Orlando Rodríguez y con él Sergio Andricaín, aquí en el país Fanuel Hanán Díaz, que se plantean que la lectura tiene que ver con hacer ciudadanos, con un ejercicio de la ciudadanía, y que en la medida en que nosotros tengamos lectores en nuestro país y en todos los países, vamos a tener una gente formada lo suficientemente para decir sí o no, para decir estoy de acuerdo, no estoy de acuerdo, y hacerlo desde la argumentación, desde el pensamiento, del hecho reflexivo, porque la lectura más allá del placer implica pensamiento, implica que yo me siento y digo estoy de acuerdo con esto que leo, o no, y si no estoy de acuerdo puedo generar otro escenario, y desde esa visión pensaban. (Hace un mes, celebraba este grupo de gente treinta años trabajando en favor del libro y la lectura, lo hicieron en Medellín). Creo que esta propuesta fue muy enriquecedora porque también te plantea que independientemente del lugar donde estés en el mundo del libro, estás trabajando por eso, estás trabajando en favor de generar gente que participe en lo colectivo de manera crítica y creativa, no es un tema emocional, que probablemente es lo que nos pasa mucho en este momento en el país, que en principio nos negamos a mirar el otro, a aceptar que el otro existe, y si yo no soy capaz de generar diálogos, no los diálogos de las mesas, o las mesitas, no, no, diálogo con el otro, diciendo mira, sí estoy de acuerdo, no estoy de acuerdo, pero ¿cómo construimos juntos algo en lo cual cada quién esté realizando aportes?… Pues va a ser muy difícil salir de esto y la lectura es eso, la lectura es la posibilidad de establecer un diálogo con el otro, y probablemente el libro que yo sueño o que yo leí, no es el libro que leyó Luis, ni el que construyó Luis, y quizás es distinto al del autor, pero los tres confluimos, los tres confluimos en un hecho, que en definitiva es la vida, es el proceso creativo y es la posibilidad de estar en el mundo de una manera distinta. El libro es estar en el mundo de una manera distinta, y si ese libro lo vinculamos con el hecho educativo, con la posibilidad de que cada niño tenga no uno, tenga tres, siete, todos los libros en la mano… ¿para qué? Para que construya su mundo, su propio mundo, y desde ahí pueda, desde esa diversidad, interactuar con otros y hacer un mundo mejor, porque para eso estamos, para ser felices y hacer un mundo mejor, eso es el libro…
LPC: ¡Qué maravilloso escucharte decir todo eso! Me emociona, porque ciertamente en eso consiste el compromiso de quienes estamos en el mundo de la lectura.
Cuéntanos ahora de tu historia como Gerente de Libros El Nacional. Entras en el año 2004 a trabajar. ¿Que comienzas a hacer y cómo fuiste llegando a este nivel, que es el nivel de ser la gerente, la cara, la representante, la que toma las decisiones trascendentes en Libros El Nacional?
RG: Bueno, yo llegué a El Nacional no al área de “Libros”, llegué al área de nuevos proyectos. “Libros” existía, además, con una gerente maravillosa, que fue quien lo impulsó desde el principio, que es Blanca Strepponi, quien en conjunto con Tulio Hernández, fue esa idea inicial que tejieron con Miguel Henrique sobre el libro. Cuando la gente habla de Miguel Henrique piensa en el director del periódico, en el luchador por la libertad de expresión, piensa en un hombre que ha cometido errores, o no los ha cometido, pero no piensa en libros. Y fíjense, Miguel era el editor de los libros del Ateneo de Caracas, porque la gran pasión secreta de Miguel son los libros, y eso es una cosa que, descubrirla en este andar en El Nacional, fue para mí de gran impacto, porque para mí, también era el señor dueño del periódico, o era el matemático; al final le descubrí que la caída eran los libros; con ese padre, con esa madre, era inevitable, aunque él trató que no, (se hizo matemático), pero al final son los libros… Yo entré para generar, para crear un proyecto educativo en El Nacional vinculado con la formación de maestros, y generamos un sello editorial que se llama Brújula (que se llamaba Brújula) y producíamos libros para maestros, una revista para maestros con materiales para niños, y proyectos en regiones vinculadas con educación, con nuestro El Nacional en el Aula y otras cosas, siempre vinculado a la lectura y la escritura, (la promoción de lectura y escritura). Estuve unos cuantos años allí y luego en el área de libros entró alguien que venía del Banco del Libro, de Ekaré, alguien con un gran talento, que es María Cristina Serrano y estuvo poco tiempo. Cuando María Cristina se va, en ese perfil de gente dentro de la organización, que conociera de libros. la que estaba era yo, y ellos decidieron fundir los dos sellos y pasó Brújula a la Gerencia de Libros, y con ella pasé yo, asumiendo la gerencia general de la unidad. Han sido como diez años que tengo en esta unidad, acompañada de gente talentosísima, jóvenes que realmente hicieron aportes bien importantes, como un Diego Arroyo, como Samuel González y otros no tan jóvenes como Julio Bolívar, que me han acompañado en este tránsito en el mundo como editores de la organización, y en ese momento conté con dos grandes apoyos, el de Miguel Henrique y el de Simón Alberto Consalvi, con quien tuve la suerte de ser vecinos en el pasillo, y si hay un hombre que hizo libros, hizo cultura en este país, fue Consalvi…(LPC: Un fundador del libro como instrumento democrático)
Así es, porque Simón Alberto es el fundador de Monte Ávila, participó en el grupo de Ayacucho y como éramos vecinos, a las once de la mañana nos llegaba a la oficina todos los días, y nos preguntaba: ¿esto lo cerraron, o no?… porque Libros al lado del diario era un negocio muy pequeño, cuando hablan de las cifras de venta del periódico, donde llegó un momento que se vendían trescientos, trescientos cincuenta mil periódicos al día, pues que tú vendieras veinte mil libros al mes, pues no era… entonces nos bromeaba, y teníamos esas tertulias a las once con Simón Alberto que eran realmente muy importantes. Con él hicimos la colección biográfica venezolana con Bancaribe, ciento cincuenta y dos títulos llevamos ahorita, porque después del número ciento cincuenta, donde habíamos tomado con Bancaribe la decisión de hacer un descanso en la colección, ahí murió Simón Alberto y uno de los criterios para estar en esa colección, es que la persona hubiera fallecido, entonces el ciento cincuenta y uno es Simón Alberto, una biografía bellísima que escribió Diego Arroyo, donde le rendimos homenaje a él como maestro. A nivel de literatura, hicimos en estos años una colección en la que trabajamos mucho y queremos mucho, que es una colección que llamamos La Colección Platino de Literatura, dentro de nuestro sello editorial Otero, que es el de la literatura de los grandes (Libros El Nacional son varios sellos editoriales, y para nosotros la Otero es la literatura grande) y allí editamos los cuentos de Rómulo Gallegos, los cuentos de Adriano González León, y editamos uno de José Balza, eso creo que es de las cosas que más he disfrutado, también una pequeña colección de literatura para jóvenes, y a nivel comercial hay una colección que también me ha dado grandes satisfacciones, que es Paladar, la colección de gastronomía del periódico, unas colecciones donde de repente con una serie de libros podríamos vender trescientos cuarenta mil ejemplares en una semana.
LPC: Bueno, son diez años de trabajo continuo… cuéntame de los números, es decir… ¿se mantienen números negros? Libros El Nacional es sin duda la editorial de mayor tiraje del país, es la que tiene mejor distribución, es la que tiene libros agotados anualmente, cuéntanos…
RG: Mira, nosotros somos El Nacional. Libros, periódicos, revistas y lo que seamos, somos El Nacional. Miguel Otero Silva decía que que El Nacional es el país y que todo lo que ocurra en el país se reflejará dentro de la organización, y eso es así, obviamente hemos vivido tiempos muy difíciles… pasamos de hacer ocho libros mensuales, ocho títulos mensuales, a hacer ocho anuales el año pasado. Eso es una contracción muy importante, y además muy dolorosa. Sin embargo, no estamos en números rojos, y en negro nunca hemos estado, siempre hemos estado en números azules, aún hoy, creo que somos una editorial aceptada por el país, que muchas de las cosas que hacemos le son valiosas a la gente, y seguimos subsistiendo, haciendo muchos menos libros de los que hacíamos antes, trabajando con lo que tenemos y resistiendo, porque creo que eso es el común no solo de la gente de hoy, sino de las organizaciones.
LPC: Entre 2018 y 2019, sientes que en 2019 hay un remonte… ¿piensas que en el 2020 va a aumentar de nuevo la producción de libros?
RG: Creo que no solo como El Nacional, creo que el país ha tenido un declive editorial realmente pasmoso, o sea, cuando uno piensa que los grandes grupos editoriales que estuvieron radicados aquí, que nosotros, que el país fue un número muy valioso, muy importante; cuando uno mira que el gerente para América Latina de Random House Mondadori salió de este país, cuando uno mira hoy que la gerente para América Latina de Planeta, salió de este país, estás mirando (en términos del negocio) que han sido negocios realmente muy fructíferos y que quizás apartan un poco esa idea de que la gente aquí no compraba libros, sí compraba, tanto como para que el trabajo de un agente fuera reconocido para manejar en otros países. Sin embargo, todos esos grupos, Alfaguara, Random, Planeta, se han ido del país, y es dolorosísimo, porque con esto no estamos diciendo ¡Ah… es que producimos nosotros! No, estamos diciendo que las nuevas creaciones, que las nuevas investigaciones, que las nuevas ideas, que las reflexiones en torno a asuntos nuevos… viejos, no están llegando al país, eso es lo que estamos diciendo cuando decimos que no existen esos grupos a nivel nacional. A nivel nacional, ciertamente, El Nacionalha logrado estar aquí y permanecer, mantenerse. No quiero caer en una falsa esperanza ni en un optimismo desmedido, creo que la actividad se hace, se sigue haciendo en el trabajo sostenido, diario, que eso es lo que estamos haciendo. En términos del mundo editorial, hay cosas realmente muy significativas en el país en este momento, quizás no se produce esa cantidad de tirajes tan altos como se producían antes, pero se están produciendo grandes títulos, aunque sean pequeñas cantidades, y es realmente muy significativo lo que significa la producción de libros de poesía en estos tiempos, en estos últimos años, cuando uno mira los últimos cinco… tres años, la mayor cantidad de libros que se producen son poesía, y es quizás en estos tiempos tan difíciles, que la gente está tratando de volver a contactar con lo más profundo del ser humano, con reconciliarse con uno mismo y con encontrarse con nosotros, y yo creo que eso también es esperanza.
LPC: Bueno, Libros El Nacional tiene entonces esa antorcha encendida, esperamos que no desista.
Háblanos un poco de tu experiencia como editora. ¿Qué crees tú que hace falta para triunfar o resistir con éxito en este mundo editorial de Venezuela? Que si alguien te pidiera un decálogo, por lo menos dos, tres consejos para tener una editorial que mantenga números azules para iniciar un proyecto editorial, porque hay muchos jóvenes que no quieren irse del país, que quieren continuar y emprender proyecto de una editorial, no es descabellado emprenderlo. ¿Qué consejos le darías?
RG: Bueno, yo creo que el mejor consejo que puedo dar se aparta un poco de las letras y del amor que nos une, que es la literatura. Hay que mirar los números, sobre todo para quienes estudiamos Letras, o tenemos pasión por los libros, por la lectura, es muy difícil entender que el libro es inmensidad de cosas, y cuando pensamos en ello decimos no, es el placer, es el gusto, es el aprendizaje, es el crecer, sí…y dentro de todo eso, están los números. Una editorial no se sostiene con un libro, ni se sostiene nada más con un grupo de libros que lleven la misma línea. Un catálogo editorial, tiene que tener lo que los expertos en el negocio llaman el título lechero y otros títulos, que es lo que te permite sostenerte. ¿De qué hablo, qué digo cuando hablo del título lechero? Es el que se vende, el libro que se vende; sin un libro que se venda, que sea del interés de la gente, probablemente no para lectores propiamente o la gran literatura como nos gustaría a veces, es un libro de gastronomía, puede venderse muchísimo, ese libro de gastronomía va a ser posible que existan otros libros, cuya venta va a ser más lenta. Cuando uno piensa en el negocio del libro, hace la inversión en el primer momento, es como quien construye un edificio para poder vender un apartamento. Hay que haber construido, haber pagado a todos los obreros, electricistas, etcétera, haber amoblado un apartamento, e iniciar la venta. Con un libro es igual, uno tiene que haber pagado la imprenta, pagarle al diseñador, tener el objeto listo, los únicos – es importante decirlo – que no han cobrado ni medio en el momento en que se presenta un libro, son el editor y el autor. Eso es así, y entonces faltan nueve largos meses para comenzar a recuperar esa inversión, y esos nueve meses es mucho en un negocio. Entonces, es necesario tener un catálogo variado donde un libro apoye a otro para seguir permaneciendo, porque el mundo del libro es así, como la vida, necesitas siempre que otro te apoye e ir construyendo con otros. Antes uno decía nueve meses como el tiempo máximo de retorno, sin embargo en la actualidad, yo diría que ese segmento de tiempo hay que recortarlo, por el tema inflacionario.
LPC: Y después de pensar en hacer una línea editorial variada, hacer una editorial exclusivamente de poesía, quizás no funcione en este país en estos momentos…
RG: A algunos le funciona, quizás tienes que comenzar a medir tirajes pequeños, pero sí es importante que tengas… si vas a tener un catálogo de libros de poesía, hay que identificar cuál es el poeta que vende, y desde ese poeta que hay que publicar, se va a ayudar a que los otros poetas, los otros libros, salgan a la luz, y crezcan.
LPC: Ya para finalizar, ¿Cómo ves el futuro del país, cómo ves el país en general, quizás desde tu perspectiva como editora (que es tu profesión), y qué crees tú que podría ser el cambio sustantivo – no inmediato, porque ya nosotros sabemos que las cosas inmediatas no funcionan – que cada uno de nosotros debería dar para que el país, en el transcurso del tiempo, siga un mejor rumbo, y vaya saliendo de esta penumbra en la que nos encontramos?
RG: ¡Trabajo!… yo creo que hay que trabajar todos los días, con disciplina. Yo recibo, cuando menos, dos personas a la semana que llegan con un manuscrito, con el sueño de mira, yo quiero hacer este libro, y eso me da esperanza, me da esperanza pensar que hay cientos, miles de venezolanos creando, miles de venezolanos escribiendo, esperando el momento de que esa obra sea publicada. ¿Cuál es nuestro compromiso? Resistir, trabajar, trabajar día a día, Creo que sí, que va a haber un cambio, que en algún momento vamos a lograr cambiar, y habrá entonces que reorganizarse, como organizaciones, como instituciones, como personas, y con objetivos muy claros. Creo que en definitiva, hay que trabajar para que existan mejores ciudadanos en nuestro país, para que dentro de esa ciudadanía, el libro y la lectura tengan un valor primordial desde el disfrute, desde el gusto, desde esto que hago porque estoy pensando, porque estoy creando, y creo que es hacia allá que hay que ir… y eso implica trabajo, mucho trabajo.
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